La pluma del ruck, by Marcelo Mariosa - La gente a veces no entiende cuando tratás de explicarlo. Muchos te miran con desdén y hasta con un poco de aprensión. Los jugadores de rugby estamos acostumbrados a jugar con dolor. Algún dolor. Cualquier dolor. A veces veo a los jugadores de fútbol, quienes -en general y salvo honrosísimas excepciones- no usan aditamentos para menguar sus dolores y seguir jugando. Ellos, no bien les duele algo, a mirar el partido a la tribuna. Y nosotros… nosotros somos los inventores de miles de vendajes y yerbas buenas (y malas) para entrar a la cancha aunque estemos a la puerta de un infarto.
Los dedos atados con cinta adhesiva es, quizá, la más común de las ayudas. Vendas, cremas, masajes, medicamentos, rodilleras/musleras/muñequeras/coderas o cualquier cosa que sea azul o negra y que presione la zona para tenerla contenida es usada para no perdernos un partido. Ni hablar de los cascos para esconder puntos en las cejas o cabeza. El jugador de rugby soporta estoicamente los dolores y sale a la cancha a entregar más de lo que tiene en cada partido, sin importar la condición física. Y estamos muy orgullosos de eso.
Yo tengo cincuenta puntos en la cabeza, producto de lesiones de rugby (que no han podido reparar lo irreparable ni mejorar nada que haya traído de nacimiento). Y mis dedos están torcidos, doloridos y cuentan cientos de batallas. Una rodilla se queja (será de puro quejosa, nomás) y las uñas de los pies son ñoquis duros (debido a los miles de pisotones en los viejos mauls). La espalda la mantiene un especialista, quien me pide que me ate cuidadosamente los cordones (nada de agacharme de golpe) y no se da cuenta que la panza me impide ser veloz en el asunto.
Pero estoy feliz. El rugby me ha regalado muchos amigos, casualmente esos que están cuando creés que estás solo y que no hay nadie y te das vuelta y están ellos, apoyando, ayudando o alentando. También me ha regalado miles de recuerdos vividos, cientos de tardes de sol y lluvia, de calor y frío. Y casi todos hermosos de recuerdos. Y algunas giras con sus condimentos. Y más amigos. Y más rugby.
Hace poco estuve en la cena mensual de los viejos del club. Una manera de recordar las mismas cosas contadas siempre de diferentes formas, y no me canso de escuchar los dichos y la memoria de los mayores. Y entonces, el rugby me sigue regalando buenos momentos. Antes adentro y ahora afuera de la cancha. Sigo creyendo firmemente que aunque se haya reglamentado en una ciudad inglesa, el rugby tiene sobrados motivos para saber que se trata de un juego creado hace más de 2000 años. Aunque hayan cambiado algunas reglas. Aunque hayan pasado algunos años. |
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